domingo, julio 29, 2007

Mis ciudades preferidas

Todo y aceptar su indudable señorío y aspecto de memoria imperial, no es Londres la ciudad que mas me gusta, todo y que me encantaba pasear por sus calles comerciales emblemáticas, cómo Bond Street y Oxford Street, sus parques y plazas ajardinadas, sus monumentos tanto los edificios (el Parlamento, Buckingham Palace, etc.) cómo los otros (monumento a Nelson y tantas y tantas estatuas erigidas a sus héroes militares, generales de las Indias y de la epopeya colonial, etc.).

Y la primera vez que la visitamos con mi mujer, paseando por Chelsea y Belgravia, nos sorprendió ver más "Rolls" aparcados en las calles que "600" en Barcelona...

Pero para mí, una de mis preferidas es New York y su magia indudable. Magia que, en gran parte, proviene de que todos ya la conocemos, antes de ir, a través de Hollywood y el cine. Paso de rememorar sus rascacielos y demás puntos emblemáticos, conocidos de todos los turistas. Prefiero recrearme en algunos recuerdos puntuales cómo la primera vez que la visité y al pasear por la 5ª Avenida y llegar frente la joyería Tiffany's, icono de la película "Breakfast at Tiffany's", con Audrey Hepburn vestida de Givenchy (y Moon River en su banda sonora) que aquí (¿porqué?) se llamó "Desayuno con diamantes", me dije a mi mismo "chaval, aquí ya has llegado...".

Otra vez, en invierno, al entrar de noche en taxi en Manhattan, procedente del "JFK", la ciudad estaba cubierta por una espesa capa de nubes bajas, en la que se reflejaban las luces de las farolas y los rascacielos, a partir de su décimo o quinceavo piso, se hundían y desaparecían totalmente en dichas nubes, dando una imagen fantasmagorica de la ciudad, que jamás olvidaré.

Y en un viaje con mi mujer y un grupo de amigos, entramos en Manhattan a bordo de una inmensa "limousine" blanca, marca "Lincoln". Cómo decía una conocida mía de Filadelfia, cuando me recogía en el hotel, "¡ There is not another way to travel than in a limousine !" (¡No hay otra forma de viajar que con limusina!). Pero luego me enteré que la suya, con el chófer, era de su "novio", propietario de una funeraria: la muy... me recogía con un coche de entierros...

Volviendo a New York, en ningun viaje dejé de rendir visita al Rockefeller Center y a la Rockefeller Plaza, con su estatua de Prometeo entregando a los hombres el fuego de los Dioses. En verano me sentaba a tomar algo en las terrazas con mesas y sombrillas que instalaban en la pista de hielo, ahora seca, mientras que en invierno me acodaba en la balustrada de arriba para ver evolucionar a los patinadores. Otra tradición era comerme un "frankfurt", a mediodía, sentado en un banco del jardín del vestíbulo interior del edificio "IBM", rodeado de bambúes que contrastaban con la nieve que, a veces, había en las calles adyacentes y de cuyas tapas de registro se elevaban las típicas columnas de vapor que se fugaban de la red subterránea de distribución. La mayoría de baches y socavones de las calles de New York, que los había a montones, provenían de estos escapes de vapor caliente que reblandecían el asfalto.

Pero indudablemente, mi preferida es París. Tiene una atmósfera, un color especial del cielo, una unidad y coherencia en su estilo, un "chic" y un "glamour" (son palabras intraducibles) difíciles de explicar.

Tampoco voy a describirla, tipo guía turística. París hay que andarlo. Pasearlo lentamente (flâner, dicen los franceses) y dejar que sus edificios, sus fachadas, sus tiendas y escaparates, su aire (l'air de Paris), te penetren.

¿Qué puede decirse del Louvre y otros muchos grandes museos? ¿De la Tour Eiffel (se pronuncia "efiel", pues es un apellido alsaciano o sea, germano;...de nada) y de tantos monumentos, edificios y avenidas grandiosas? Pero, quizás, mi preferido sea la tumba de Napoleón en "Les Invalides". No solo por la tumba en sí, si no todo lo que la rodea, con la exposición detallada de todas las grandes obras, innovaciones, invenciones, cambios, mejoras y modernización, revolución en suma, que realizó este monstruo en los relativamente pocos años que gobernó. Independientemente de sus fallos, que fueron muchos...

Y mi mujer tenía un amor en París. Era el "Pont Alexandre III", que cruza el Sena precisamente frente a los Inválidos, cerca de la Place de la Concorde. Siempre que íbamos a París, alguna noche teníamos que acercarnos a dicho puente y recorrerlo, a pié y cogidos de la mano. Mejor si había llovido (lo que no es infrecuente allí) y las luces de las farolas, de estilo "Belle Époque", se reflejaban sobre el asfalto húmedo.

Cómo decía Humphrey Boggart en "Casablanca" (y ya sé que me repito mucho), "siempre nos quedará París..."

Coronel Von Rohaut

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