Hace unos días y en su columna diaria, Quim Monzó hacía un comentario irónico, pero sin acritud ni menosprecio, sobre su "señora de la limpieza" y hoy, un lector que se la debe coger con papel de fumar, le recrimina que diga "señora de la limpieza" e incluso que la tenga, como si fuera una indignidad o una vergüenza.
Bueno, pues yo recuerdo que en mi familia siempre las hemos tenido. Y yo, ya de casado, "heredé" una señora granadina que había estado con mis tíos desde su llegada a Barcelona a los 18 años y en mi casa y con mi esposa, que le preparaba el desayuno, se jubiló y regresó "al pueblo", donde se había acondicionado su vieja casa familiar. Y nada humillada si no contenta de haber servido en mi familia.
Y recuerdo que dos parientas lejanas, cuando esto era habitual entre la gente acomodada, tenían doncella uniformada y viviendo en su casa. La una, la tía Angelina, tenía una sirvienta, tan mayor como ella y que la tenía desde hacía siglos. La otra, la tía Sofía que, por cierto, era madrileña y con esto no quiero decir nada que no diga, las tenía que sustituir cada medio año ya que no le aguantaban más, por lo mal y despoticamente que las trataba...
Y ahora, al filo de los nuevos tiempos, yo tengo una señora ecuatoriana que me ayuda en los trabajos domésticos. Y si este lector que lo critica no se la ha podido permitir jamás, pues peor para él, como es peor para mí no poder poseer una isla de propiedad en el Pacífico Sur y un Bentley descapotable en el garaje.
Siempre me ha repateado el fariseismo, tan hispánico, de esconder lo que se posee o despreciar lo que no se alcanza, frente a la cultura americana donde los multimillonarios se sienten orgullosos y presumen de lo que han conseguido y sus vecinos les felicitan por lo que exhiben sin pudor, en lugar de envidiarles en la sombra y criticarles por detrás.
No se si me explico...
Coronel Von Rohaut
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