Es la columna de hoy, en La Vanguardia, de Francesc Marc Alvaro, pero no puedo resistir la tentación de reproducirla íntegra:
Un vendedor telefónico al que no había hecho ningún caso llamó por segunda vez a casa, al cabo de unas horas de ver frustrada su operación, y dejó un curioso mensaje en el contestador: "Encima de catalán, puto gilipollas".
Se trata de una página vivida, ojalá me lo estuviera inventando. Adviertan ustedes tres fenómenos. Primero: el tipo llama a un número de la provincia de Barcelona y, luego, se extraña de que el interlocutor sea catalán; tal vez esperaba un oscense o un sevillano. Segundo: el tipo llama a Catalunya para vender algo y no le sienta nada bien que le respondan en catalán, lengua del potencial cliente e idioma constitucional de España como el castellano. Tercero: el tipo usa el gentilicio catalán como demérito e insulto ("encima de catalán") al que añade algo de su propia cosecha ("puto gilipollas").
¿Sabe Ana Mato que esto ocurre en la España del 2009? Al parecer no. La dirigente del PP ha dicho que "quienes crean catalanofobia son los que hablan de ella". Rajoy, que es más listo que su empleada, le contó ayer al colega Enric Juliana, en este diario, que no cree que exista catalanofobia, "aunque sí bastante desconocimiento y cierta incomprensión sobre la realidad de Catalunya".
Para alguien que necesita llegar a la Moncloa también con algunos votos catalanes sin retirar el recurso contra el Estatut, la única opción es silbar y negar la mayor. Escríbase ignorancia donde en realidad hay odio acumulado y tácticamente administrado, a ver si cuela.
Jordi Pujol se gastó muchas pesetas haciendo pedagogía y ya se ve el éxito de tal empresa.
Hablemos en serio un minuto, y luego volvamos al chiringuito. La catalanofobia opera como un poderoso cemento de la identidad española, a derecha e izquierda. Lo sabe hasta el concejal más tonto del PPo del PSOE.
Con el paso de los siglos, la anti-España de judíos, moros y afrancesados ha quedado reducida a esos españoles que son diferentes: catalanes, sobre todo. Porque son más raros (y más inquietantes) que vascos y gallegos. El asunto es viejo. Y retorna siempre, oliendo a podredumbre. La mejor explicación es de Reyes Mate, prestigioso profesor que no es - afortunado él-ni catalán ni catalanista: "En el español actual: lo judío y lo moro están presentes como ausentes. Sólo nos entenderemos si recuperamos lo que hemos perdido, si nos redescubrimos como moros y judíos; mientras eso no ocurra construiremos o mantendremos nuestra identidad negando otras diferencias".
Así, el catalán se transforma en el sospechoso oficial. En 1937 se denunciaba en la prensa la existencia de "una masa general de judeo-catalanes de que se ha nutrido el separatismo". Hoy, empresas catalanas son tratadas como extranjeras, se insulta al presidente de la Generalitat y se nos tilda de ladrones y nazis. Y no pasa nada.
Tendrá razón el tipo: encima de catalanes, gilipollas.
Lo que nunca dirán, ni Alvaro ni ninguno de los "correctos" periodistas de La Vanguardia excepto, quizás, la Pilar Rahola, es que la única solución es quitarnos de en medio, irnos, cuanto antes, de la puta España...
Coronel Von Rohaut
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