Ya en el lejano siglo XVI, los sangrientos dramas históricos escritos por William Shakespeare, cumbre de las letras inglesas y el hombre que más amplio vocabulario en dicho idioma puso al servicio de su obra literaria, tuvo que competir ferozmente, para obtener el triunfo y el favor del público, con los espectáculos, todavía más sangrientos, crueles y encima reales, de las ejecuciones públicas que, muchísimos siglos antes y varios después, se venían produciendo, ante el regocijo y jolgorio de las masas incultas.
Pero con el avance de la civilización, las ejecuciones públicas fueron desapareciendo (salvo, hoy, en contados y salvajes países), mientras que el teatro y sus secuelas, el cine y la televisión, se han asentado firmemente como esparcimiento más o menos cultivado, y pacífico, de las multitudes (*).
Entonces, porqué en un país civilizado y occidental se sigue permitiendo un espectáculo publico sangriento, cruel para el que lo sufre y degradante para el que lo disfruta, como las corridas de toros en las que se tortura prolongadamente y al final se mata, no siempre de forma limpia e incruenta, a un pobre y acorralado animal, para disfrute salvaje de unos homínidos descerebrados, iguales a aquellas sucias y gordas matronas que babeaban y chillaban de placer viendo como guillotinaban a unos pobres diablos, por más culpables que pudieran ser algunos de ellos ?
Coronel Von Rohaut
(*) Los espectáculos deportivos siguen otra trayectoria.
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