Ahora que se acerca la conmemoración anual del armisticio o final de la Primera Guerra Mundial de 1914/1918, algún analista militar (Jean-Dominique Merchet), trae a cuento un hecho que puede ser difícil de comprender o de asimilar por muchas gentes bien-pensantes: que para un militar o gentes del entorno castrense, el final de una guerra pueda ser un momento doloroso.
El "regreso a la intimidad a la salida de una guerra" es un fenómeno que hoy es tenido en cuenta por los historiadores: se trataría de "la nostalgia del frente".
Quizás apareció por primera vez en un comentario del Padre Pierre Teilhard de Chardin, jesuita filósofo y paleontólogo famoso, sacerdote desde el año 1908 y que entre 1914 y 1919 estuvo movilizado, actuando como camillero (*) y siendo condecorado dos veces con la Medalla Militar. En una publicación de 1917 escribió: "Ya no puedo pasarme del frente", lo que parece increíble por parte de un religioso.
Pero otros escritores dejaron entrever algo similar. Uno escribió "... añoro la guerra. Bueno, no la guerra. El tiempo de la guerra..."
Y el gran aviador Pierre Clostermann, en su libro "El Gran Circo", dice "Y después llegó el armisticio, como una puerta que se cierra. Ocho días incomprensibles - una mezcla indefinible de alegrías y de añoranzas (...) Este silencio inhabitual, espeso, pesando sobre el aeródromo, sobre los aviones cubiertos con una lona, las escuadrillas muertas y las pistas vacías (...) Era para echarse a chillar".
Porqué la guerra no es solo, que si que lo es, muerte y desolación, carnicerías y masacres, carnes dolientes, penalidades inmensas y sacrificios absurdos. Es también y simultaneamente, tiempo de acción, de hombría y de heroicidades, de muestras de valor desinteresado, de patriotismo (esto hoy tan pasado de moda), de profundas amistades, de sentir que tienes en tus manos las vidas de tus compañeros, de tener un objetivo vital ni que sea el de sobrevivir, de tener oportunidad de sacar, junto con lo peor, también lo mejor que todo hombre lleva dentro. Es la adrenalina, es una droga. Y causa un "mono" que ningún empleado de banca sentirá jamás.
Coronel Von Rohaut
(*) Como el escritor Ernest Hemingway, que partió hacía Europa con el Cuerpo Expedicionario Americano, y estuvo como conductor de ambulancias en el frente de Italia, donde fue herido. Volvió con una novela autobiográfica, publicada en 1929: "Adios a las armas".
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