Los catalanes, todos los que vivimos en paz en la comunidad vecinal catalana sea el que sea nuestro origen familiar, desde hace siglos tenemos un maldito, un molesto, un insoportable vecino al que, por solidaridad (cierto es que, muchas veces, forzada por sus amenazas), hemos venido amamantando, criando y alimentando, tratado de educar (con resultados harto cuestionables si no fracasados) y facilitándole un trabajo honrado.
Pero este vecino (*) ya ha cumplido la cuarentena y sigue viviendo como un parásito en nuestra comunidad de vecinos, gastando nuestra luz, gas y agua corriente cuyo caudal, encima, con su utilización desmesurada (como que no la paga, se ducha incluso cuando no le hace falta), queda mermado, reducido para nuestras necesidades domésticas, lo que sufren y padecen nuestros hijos propios.
¿Qué hemos de hacer para sacarnos de encima este fardo inaguantable e insufrible? Nosotros no queremos irnos de nuestra casa, abandonar el hogar que es nuestro y nos lo hemos ganado y pagado, pero rezamos cada día para que el puto "vecino gorrón" se independice de una puta vez.
Y esta es la palabra, el concepto. "Independencia". Pero no la nuestra, si no que España, de una vez por todas, se independice de nosotros los catalanes y deje de "chulearnos" (robarnos, expoliarnos, mientras disfruta insultándonos y maltratándonos). Y de lo contrario, que le apliquen la ley contra el proxenetismo. Nosotras, si hemos de ser "putas", por lo menos dueñas de nuestro cuerpo.
Coronel Von Rohaut
(*) Que quede claro que digo "vecino" y no "hijo cuarentón". Ya que a un hijo que no abandona el hogar familiar se le quiere mientras que al hijo de puta del "vecino gorrón" más bien se le odia. Y con toda la razón del mundo ¡Rediez!
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