sábado, julio 09, 2011

La vida rural y los gilipollas



En mis estancias infantiles en el pueblo de mi abuela, el balcón de mi dormitorio quedaba frente al campanario de la iglesia, cuyas campanas daban horas y cuartos, sonido que me encantaba, incluso durante la noche, en cuyo silencio de pueblo de payés de entonces retumbaban todavía más. Y jamás me habían impedido dormirme.

Ayer vi por televisión que un juez había ordenado que las campanas del pueblo de Sant Mori, en el Alto Ampurdán, dejaran de sonar por la noche, atendiendo la demanda de un vecino, castellanoparlante por cierto y no es por señalar, propietario de una pensión o así y que alegaba que sus clientes se quejaban del tañer las horas de las campanas.

Yo reniego de la gente que va a estar (o a vivir) en el campo, huyendo de la ciudad y sus inconvenientes (junto con sus indudables ventajas, no voy a negarlo) y luego se quejan, y han habido muchos y notorios casos, del olor del estiércol de las vacas, de los perros que ladran, del gallo que canta al amanecer y del tañido de las campanas que marcaban los ritmos del mundo rural.

Pero en el caso de Sant Mori yo lo tengo claro. Los culpables son los cagados y pusilánimes habitantes del pueblo. Dice el demandante ahora atendido que él se venía quejando del ruido de las campanas desde el año 2002. Pues muy bien; si tan pronto hizo la primera queja sus vecinos le hubieran pegado fuego a su puta mierda de negocio y a él le hubieran echado del pueblo a hostias, se habría acabado el problema.

Porqué como muy bien dicen los versos del poeta Gabriele D'Annunzio, vate y cantor de los logros del fascismo italiano, ideología con la que yo no comulgo casi nada:
"Sale el sol, canta el gallo y Mussolini monta a caballo"

Y así es la vida de pueblo, con campanas y todo. Y con gallos y gallinas, cerdos y vacas, perros ladrando y antes, mucho antes, hombres a caballo y mulas tirando de los carros. Y el que no quiera polvo que no vaya a la era.

Coronel Von Rohaut

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