lunes, octubre 10, 2011

La delgada línea roja


El otro día oía yo de refilón los comentarios que alguien, por la tele, hacía del vestido de novia de la "duquesa vieja y caliente" y, ante la fraseología huera y las definiciones y comparaciones rebuscadas y con un lenguaje cursi y redicho me vino a la memoria el lenguaje igualmente pedante y resabido de muchos "chefs" de la alta gastronomía moderna (los más malos, claro).

Y luego lo pensado por mí sobre las similitudes entre modistos de relumbrón y "chefs" mediáticos, se lo oí comentar a otro presentador de otra tele. Y me dije, claro, qué van a decir si lo que venden es humo...

Pero ayer, al leer en un periódico catalán una extensa glosa y presentación de la obra del gran pintor Joan Miró (algunas de cuyas obras no me disgustan) pensé también en la gran engañifa que son las obras pictóricas y/o escultóricas de muchos artistas autollamados modernos. Y recordé que en una carta enviada precisamente por Miró a su gran amigo Picasso, escrita a mano y, naturalmente, en catalán, y que la ví expuesta y enmarcada en el Museo Guggenheim (*) creo que hablaba de algo de eso, si bien no recuerdo el texto exacto.

Y en el mismo periódico de ayer un columnista daba en el clavo y metía el dedo en la llaga, en la misma llaga que tengo yo al respecto. Decía "Me he pasado horas y horas discutiendo con expertos intentando me explicasen donde puedo encontrar la diferencia entre un genio y un farsante. Saber donde radica el secreto para conseguir distinguir entre una obra maestra y una tomadura de pelo". La delgada línea roja, a que aludo yo.

Pues bien, yo lo conseguí. Un cuadro, una escultura, un edificio de firma, un film, un libro, una obra teatral, una pieza musical, un plato exquisito, etc. etc., o me gusta y me causa un placer su contemplación (**) o su degustación, o me da asco y lo clasifico como una mierda seca clavada en un palo. O me deja indiferente y deduzco que no vale gran cosa.

Coronel Von Rohaut

(*) En el auténtico, el de la 5th Avenue of New York, casi enfrente del "Metropolitan Museum of Art" (el Met para los amigos) de Central Park. Y cuya colección donada por el filántropo judío-americano Solomón R. Guggenheim se expone en un revolucionario edificio diseñado por el arquitecto Frank Lloyd Wright. Yo no tengo nada ni contra la cocina moderna ni contra la arquitectura de vanguardia; solo que algunos divos como el diseñador del Guggenheim de Bilbao, Frank O'Ghery, así como el mismo Santiago Calatrava (algunas de cuyas obras, más artísticas que arquitectónicas, me gustan mucho), se repiten en demasía, como si solo tuvieran una idea que van desarrollando. Y me vienen ganas de chillarles "¡Niño, suelta ya el pollo!".
(**) Cómo decía el otro, "nulla ethica sine aesthetica". ¿O era al revés?

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