Retranscribo un artículo recién aparecido y que me parece bastante concluyente.
Coronel Von Rohaut
España pierde Cataluña, como dijo
Unamuno
Xavier Martínez Celorrio - Profesor de
Sociología. Universidad de Barcelona
13/09/2012 - 07:00h
La Diada del 2012 marca el fin de 140 años de pactismo catalán para
modernizar el Estado y hacer encajar la diversidad multicultural de España. Así
de tajante es el mensaje de la masiva manifestación soberanista de Barcelona.
Un clamor popular, tan ninguneado y minimizado por buena parte de la prensa
madrileña como resaltado por la prensa internacional. También ciertas voces de
la izquierda española culta han mostrado incomprensión, hilaridad y
paternalismo posesivo contra esta demostración de fuerza del soberanismo
catalán.
Primero te ignoran, luego se ríen de ti y cuando te atacan, ganas. Con
estas tres fases, el soberanismo no violento de Gandhi resumía las reacciones
en contra que recibía del Imperio británico. Eran otros tiempos y otras
latitudes pero el marco mental de los que se sienten superiores parece ser el
mismo en todas partes y momentos.
El catalanismo que propugnaba la solución federal de España, con Pi i
Margall al frente, se remonta a la muy olvidada I República (1873), hace ahora
140 años. El sueño federal de Pi i Margall (en la imagen), inspirado en Proudhon y su ideario
cooperativo, marca el inicio de la continua influencia catalana en la
articulación institucional de la España contemporánea. Una influencia
modernizadora siempre mal asumida y ninguneada por unas élites madrileñas y
provinciales acomplejadas ante lo catalán, esa alteridad y némesis de la España
decimonónica, de trono, sables y altar.
Asumiendo, a la larga, la dualidad incompatible entre el alma castellana y
la catalana, Miguel de Unamuno reconocía en carta a Manuel Azaña (1918): “Justo
es, pues, que España pierda ahora Cataluña. Y la perderá, no me cabe la menor
duda que la perderá. La federación no es más que una hoja de parra”. Casi un
siglo después, Unamuno es profético. Eso sí, un siglo sinuoso y áspero que no
ha resuelto ni la conllevancia orteguiana entre España y Cataluña ni los
problemas de la identidad española y su memoria histórica, tolerando un mapa de
fosas de la guerra civil que hoy da escalofríos. Pero, ya saben, aquí los
crímenes del franquismo no se tocan y los archivos de Salamanca eran un derecho
de conquista hasta hace dos días.
El actual Estado de las autonomías, diseñado para disolver las
reivindicaciones nacionales de Cataluña y País Vasco como reconocía Esperanza
Aguirre sin rubor alguno, es otra hoja de parra caducada, inviable y
deslegitimada que no puede disimular la realidad de su fracaso. A la vista del
mundo y de los mercados internacionales, el modelo autonómico español dista
mucho de ser funcional, eficiente y federal. Algo muy propio de unas élites que
mantienen vetado cualquier cambio o reforma constitucional para diferenciar
cuáles son nacionalidades y cuáles son regiones, atribuyendo y delimitando
modelos de autogobierno y cooperación mutua, un Senado territorial
efectivo y un modelo fiscal eficiente y solidario. De eso nada.
La intocable y sagrada Carta Magna (votada solo por un tercio de los
españoles hoy vivos) solo se reforma por la puerta de atrás, sin debate ni
referéndum, para constitucionalizar el techo de déficit (2011) asumiendo, por
dictado de Berlín, un tótem neoliberal que antes era indigesto para la socialdemocracia.
Hay reformas y reformas.
Ante la secular intolerancia y torpeza de la derecha para asumir la
plurinacionalidad de la España real, la izquierda española no ha contrapuesto
un proyecto histórico alternativo, modernizador y cohesivo. Ni adoptó medidas
para desinflar el paraíso artificial del España va bien con salarios
bajos y sin apenas impuestos ni construyó un relato consistente de justicia
territorial y reconocimiento de la diversidad más allá del artificio de la España
plural, ardid creado por el marketing de usar y tirar del que no queda
nada.
Ya en 1999 dicen que Felipe González confesó a Pasqual Maragall que al
pueblo español le costaba mucho asumir nuevos conceptos. El federalismo
asimétrico no suponía uno, sino dos conceptos inasibles y complejos para la
baja cultura política de los ciudadanos, según él. De aquel paternalismo
protector y de renuncia, vienen estos lodos.
En el 2000, la factoría ideológica del PP actualizó la consigna gramsciana
de la lucha continua por la hegemonía discursiva y mediática y sacó de la
chistera el patriotismo constitucional. Dos en uno. Ni se toca la Carta
Magna ni la integridad de la única nación-patria de los españoles. Dos
conceptos que, al parecer, han calado y conectado con el alma española mejor de
lo que suponían algunos. Hasta su padre intelectual, Jürgen Habermas, alucinaba
de la capacidad vampírica de la derecha española que, para rematar la faena,
estigmatizó el Estatut catalán cual impureza heterodoxa desplegando una
catalanofobia que rendía votos.
En ningún sistema federal,
las regiones más ricas contribuyen al fondo de solidaridad hasta quedarse
empobrecidas y con peores servicios públicos y de bienestar que el resto de
regiones a las que ayuda. En Alemania y en Estados Unidos las regiones ricas no
pasan del 4% de su PIB en transferencias de solidaridad. Cataluña aporta cada
año a España un 8% de su PIB, unos 16.000 millones de euros, acumulando así una
deuda de 42.000 millones a causa de un sistema disfuncional e irracional de
financiación que, encima, la deja con menor inversión en políticas sociales y
educación que el resto.
El déficit fiscal acumulado
acaba convirtiéndose en déficit social y castiga injustamente a las clases
populares catalanas. Un ejemplo, sólo un 27% de los hijos menores de 16 años de
familias pobres catalanas tienen alguna forma de beca de estudios. El capítulo
de becas, nominalmente, está transferido pero bloqueado desde Madrid. ¿Por qué
la bloquean los gobiernos de Madrid, sean socialistas o conservadores? ¿Cómo
pueden perpetuar esta injusticia los socialistas españoles que va en detrimento
de la igualdad de oportunidades? De los catalanes pobres, pero no de los pobres
de otras partes.
En paralelo, los ciudadanos
comprueban, indignados, cómo otras regiones más pobres financian de modo
universal y no por razón de renta, ordenadores en las escuelas y otras
prestaciones y servicios que son y han sido inimaginables en Cataluña. Entre
1986-2006, Cataluña ha transferido 213.963 millones de euros a las regiones
menos desarrolladas de España, cuyos líderes regionales ahora ríen y
ridiculizan la actual asfixia de recursos y tesorería de la Generalitat. Por
eso, el modelo de financiación no es federal sino depredador, expoliador y
regresivo.
Hartos de la ingratitud, de la ignorancia y de los tópicos anticatalanes
que se remontan a tiempos de Quevedo, la Diada del 2012 marca un antes y un
después. Ninguna democracia permite a su Tribunal Constitucional revocar una
norma legal y estatutaria aprobada en referéndum. Ninguna economía y administración
moderna esconde y hace opacas las balanzas fiscales a sus ciudadanos. Ningún
Estado incumple lo que dictan los tribunales y retiene el autogobierno de las
becas, discriminando a los hijos pobres de las regiones más ricas. Ninguno,
salvo España.
El listado de agravios es proporcional al silencio e indiferencia que
recibimos desde la España dialogante, abierta y cosmopolita que antaño elogiaba
Cataluña como motor económico, innovador y creativo. No hay puentes, ni
interés, ni voluntad de conocer al otro. Solo faltaba que Peces-Barba volviera a intimidar con
bombardear Barcelona, tal y como antes amenazaron Azaña o Fraga. Viejo recurso
trasnochado de autoridad e impotencia en plena globalización y rearticulación
política de Europa. España está instalada en otra onda, en otra fase y en otro
tiempo.
Como reacción veremos ahora muchos federalistas salir de los armarios.
Justo cuando Cataluña inaugura un nuevo ciclo y cierra 140 años de esfuerzos
por construir un Estado español que ha dejado de sentir como propio. El derecho
a decidir se abre paso y tiemblan las telarañas de una España autonómica en
plena crisis de todas sus instituciones. De aquellos vientos, estas tempestades
de cambio, empoderamiento y libertad.
Si los legisladores, y desarrolladores, de la Constitución hubieran tenido cierto conocimiento de la Historia, patriotismo y no hubieran sido ingenuos ahora no estaríamos como estamos.
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