En forma de alas de gaviota, no se diseñaron así ni por capricho estilista ni por ninguna necesidad aerodinámica, si no para elevar la altura libre sobre el suelo del fuselaje y que las inmensas palas de la hélice de su motor radial de 18 cilindros
no tocaran al suelo, sin necesidad de alargar (y fragilizar en exceso) el tren de aterrizaje que, en un apontaje en la cubierta de un portaaviones, sufre mucho.
Y, encima, les quedó bonito... y ganó a los japoneses.
Coronel Von Rohaut
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