Cada vez me repatea mas ver por la calle señoras de etnia árabe o asimiladas, pasearse con vestido hasta los pies y pañuelo en la cabeza.
Ya sé que cada cual es libre, precisamente en nuestra sociedad, de vestir como quiera y algunos de nosotros mismos, a veces, damos pena. Pero siempre es por libre albedrío y mas o menos mal gusto; no por imposición de tradiciones ni religiones.
Moras que llegaron a España hace años, se adaptaron, algunas, rápidamente a nuestras costumbres y forma de vestir. Cuando algunos años después se acentuó la inmigración de su país y nuevas familias se asentaron en su barrio, con sus imanes vigilantes y señoras vestidas a la usanza tradicional de su país, las que se habían integrado se echaron atrás por el que dirán.
Ni la "burka", ni el "chador", ni el "hiyab", nombre según país y grado de cobertura, vienen exigidos para todas las mujeres en ningún versículo del Corán. Es fruto de la tradición de una sociedad feudal, atrasada, retrógrada y discriminatoria con la mujer, ni que sea de forma aceptada.
Cuando yo voy a un lugar donde el atavío tradicional es el taparrabos, yo no me pongo taparrabos ni plumas, ya que lo inteligente es mirar hacía adelante y caminar hacía el progreso. Pero sí que cuando voy a un lugar distinto del mío, intento adaptarme e integrarme a los hábitos de dicho país.
No regresar hacía el atraso o el salvajismo. Cómo regresión al salvajismo es la música (si a eso puede llamársele música) rapera; no por ser de origen popular negro, pues también tiene dicho origen el "jazz", del que yo soy admirador. Pero el "jazz" actual, el del "Modern Jazz Quartet", "Miles Davis", "Gerry Mulligan" y muchos otros, debe tanto a la fuga y el contrapunto de Johann Sebastian Bach e incluso a los "dodecafonistas" de la escuela vienesa, cómo Mahler y Schoenberg, que a sus orígenes esclavistas. Evolución, se llama esta figura...
Volviendo a las moras, lo que no entiendo es que ellas mismas, algunas incluso universitarias, una vez conviven con nuestra forma de vivir, no se rebelen y se adapten, vistiéndose cómo personas en lugar de disfrazarse cómo fantasmas.
Parece ser que muchas de ellas mantienen su forma de vestir cómo signo identitario y cómo un cierto rechazo a nuestra civilización, que consideran demasiado materialista...
De ser así, lo tienen bien fácil: que se larguen y regresen a su país, donde quizás sean aceptadas en el harén de algún moro viejo y baboso, que las comprará a su padre o hermano a cambio de un par de camellos igual de malolientos.
Un amigo mio, inglés, que vivió algunos años en Egipto, me decía que no era casual que el dátil, empalagoso y pegajoso, fuera la fruta emblemática de los árabes y su símbolo, el camello, que eructa y regurgita...
Coronel Von Rohaut
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