Escribiendo la entrada anterior, donde me han aparecido la gastronomía y Ferrán Adriá, me viene ahora un tema que abordo con una cierta aprehensión.
Es sabida de todos la abominable tendencia que tenemos en éste país, en muchos casos provocada por la puta envidia que es, quizás, el peor de los pecados nacionales, en criticar todo lo nuestro, ningunear, rebajar y destruir a los que destacan o triunfan y creer que siempre, lo de fuera o lo de antes, es mejor.
Por ello, el negarle méritos a Ferrán Adriá, que aparece en portadas de revistas de prestigio internacional donde le nombran "el mejor cocinero del mundo", me hace temer que caigo en dicho vicio.
Pero no. Me sobrepongo. Medito y analizo y llego a la conclusión que lo que ofrecen los Adriá y todos sus imitadores aún más patéticos y lamentables, son "mariconadas".
No digo que sea patético el Adriá. Al contrario, le considero un "crack" del "marketing" y un admirable empresario y hombre de negocios. Un embaucador cómo muchos otros "artistas" modernos. Pero los que les cae la baba comiendo sus "mousses" esféricas y sus sorbetes de humo son cómo los que alababan el nuevo vestido del emperador, que iba en pelota picada, para no pasar por unos pobres palurdos.
Voy mas allá. Incluso puedo admitir que sus resultados culinarios (que confieso no haber probado nunca) son un paso adelante en la necesaria evolución de todas las cosas y que saben bien y causan placer a quienes los prueban y pagan, por ello, un precio astronómico y totalmente fuera de lugar. Puro esnobismo, pero legítimo y quizás gratificante.
Pero los papanatas que le llevan a la Feria de Arte de Kassel me producen una cierta hilaridad. Un cocinero, por bueno, renovador y revolucionario que sea, no deja de ser un artesano. Por mas creativo que sea, no es un artista, porqué el Arte es otra cosa y aceptar que es un artista el que cuece un "ravioli" es rebajar el Arte al nivel de los fogones.
Y si yo fuera un investigador químico, con años de estudios y de esfuerzos en un tema altamente complejo cómo es la química, que a un cocinero una universidad le nombre Doctor Honoris Causa en Química por hacer una tortilla de patatas al revés aunque a esto le llamen "deconstrucción" (*), me tocaría mucho los santos cojones. Me parece desorbitado.
Afortunadamente aún quedan cocinas tradicionales y cocineros que, todo y aplicando algunas innovaciones o modernidades, tratan con cariño los productos naturales de toda la vida y los sabores de siempre. Y críticos o gastrónomos que, si bien no se atreven a decir que lo de Adriá son "chorradas" para nuevos ricos papanatas, si hacen hincapié en alabar restaurantes en los que puedas tocar el cielo ante una buena fabada asturiana, un "cassoulet" de Castelnaudary, unas habas a la catalana, un "confit de canard avec flageolets", una "escudella i carn d'olla" y también un "foie poelé" regado con un excelso "sauternes".
A lo largo de mi vida me he relamido con la misma fruición con un plato rústico o casero cómo la "butifarra amb mongetes", el "pà amb tomaquet i pernil", el gazpacho y las gachas manchegas, cómo con una docena de ostras, tomadas frente al mar en el Hotel Sheraton de Long Beach, California, acompañadas de una copa de "champagne Brut Nature Louis Roederer Cristal" que fue una "cuvée" antaño reservada en exclusiva para la casa imperial rusa del Zar Nicolás II o de un caviar "beluga" iraní, con vodka helado, tomado en el salón del Hilton de Teheran, en tiempos del "sha", claro, pues ahora ni se llama Hilton ni se puede tomar alcohol.
He disfrutado con "delicatessen" caras y exquisitas y no me han caído los anillos por morder un buen chorizo. Pero los humos, ni que sean con sabor a rodaballo o con aroma a "poularde de Bresse", mejor que salgan por la chimenea.
Y el arte, en el Prado o en el Louvre...
Coronel Von Rohaut
(*) ¡ Si el bueno de Jacques Derrida, filosofo inventor de la "deconstrucción" levantase la cabeza... !!!
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