Ni de su ideología, ni de su trayectoría política, ni siquiera de la estirpe familiar de la que descendía, todo lo cual me produciría bastante repelús.
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De lo que quiero hablar en la muerte de Leopoldo Calvo Sotelo es del hecho que, personalmente, era el mas preparado de todos los presidentes de gobierno de la transición y de la democracia española.
Su currículo es infinitamente superior al de todos los demás: ingeniero de caminos con el número uno de su promoción y hablando varios idiomas extranjeros, cosa extraordinaria entre los políticos españoles.
Inteligente y culto, lector habitual de Heidegger y de Teilhard de Chardin, aparentemente adusto pero dueño de una fina ironía inglesa. Sin comparación con los palurdos y casi analfabetos Suárez y Zapatero (el primero, simpático pero el segundo, ni éso) o el vacuo y superficial González.
Pero cómo político fue minusvalorado y sin ningún carisma. Demostración palpable que, para triunfar en la política, al igual que en los negocios y hacerse multimillonario, no sólo no hace falta ser culto e inteligente si no que posiblemente sea preferible no serlo.
Salvo honrosas excepciones claro, pero, por lo menos en España y ejemplos los hay a cientos, lo mejor es ser, no inteligente pero si listo o aún mas, listillo. Ambicioso, por descontado, y cínico, sinvergüenza, embustero, farsante, charlatán y embaucador. Si además vales, ya es la hostia...
Coronel Von Rohaut
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