De pequeño y durante mis veraneos con mi abuela en la casa del pueblo de donde ella era originaria (Santpedor, en la provincia de Barcelona, en el Pla de Bages, en la imagen, el ayuntamiento o "Ca la Vila"), todavía conviví y ví trabajar a personas que ejercían oficios imprescindibles para entonces y todos ya desaparecidos.
Por ejemplo, en mi propia calle, había un "carretero", un carpintero que construía, el solo y sin ninguna ayuda (era un hombre alto y fuerte), carros; el típico carro catalán (tirado casi siempre por una mula o un macho), para los labradores del pueblo y con el que se desplazaban a los campos cercanos y transportaban la arada romana con la que araban; y en tiempos de cosecha, transportaban el fruto de la recolecta, gavillas de cereal o portadoras de uva, todo con destino a la cooperativa agraria, el "sindicat".
En mi opinión, el trabajo mas duro del carretero, que trabajaba la madera e instalaba los herrajes que le suministraba el herrero (habían tres o cuatro en el pueblo) era cuando tenía que colocar las llantas metálicas en las grandes ruedas de madera. El diámetro exterior de la rueda tenía que ser igual pero un poco, muy poco, superior al diámetro interior de la llanta. Esta era calentada, para que dilatara, con fuego de carbón colocado en el mismo suelo y, con unas grandes tenazas, la colocaba alrededor de la rueda ya construida; al enfriarse y recobrar su diámetro, la llanta o aro metálico quedaba fijamente agarrado a la rueda.
Luego estaba el guarnicionero, el "baster" en catalán, cuya tienda/taller, con varios empleados y artesanos, era conocida, obviamente por "Cal Basté",
así incorrectamente (pero así habitualmente) escrito.
También estaba el o los herreros, ya que herrar las caballerías era imprescindible y era un trabajo duro y un poco arriesgado, ya que algunos caballos o mulos se ponían nerviosos; había que atarlos a una argolla de la pared y una persona, generalmente el propietario del animal, le sujetaba la pierna, debidamente doblada y alzada, para que el herrero pudiera trabajar: primero le arrancaba la herradura vieja, rota o, como mínimo, desgastada, y luego le cortaba, con grandes tenazas, la uña o pezuña del casco que, desde la última herrada, le había crecido. A continuación y con la nueva herradura calentada al rojo (para darle la forma y tamaño exacto a la pezuña del caballo), la ponía sobre la base del casco recortado y limado para que con el fuego, primero le alisara perfectamente el casco y luego darle, a martillazos, la forma exacta para que se adaptase correctamente. Finalmente, con clavos especiales y martillo, se clavaba la nueva herradura al casco del animal. Que, generalmente y una vez con las herraduras nuevas, salía corriendo como contento y satisfecho de su nuevo calzado.
Y yo me había pasado ratos contemplando estos trabajos, para mi tan exóticos...
Coronel Von Rohaut
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