A pesar que los B-29 del general Curtis Le May (*) masacraban al Japón con sus bombardeos de saturación (en una sola noche de lanzamiento de bombas incendiarias sobre la capital Tokio, hicieron más bajas civiles que los bombardeos alemanes sobre la Gran Bretaña durante toda la IIGM), al invadir la isla de Okinawa, que ya se considera una isla propiamente japonesa, la resistencia nipona fue terriblemente encarnizada y volvió a causar muchas bajas americanas.
Es por ello que yo avalo y doy por acertada la decisión del Presidente Truman de autorizar la obtención de la rendición del Japón con el lanzamiento de las bombas atómicas sobre Hiroshima (uranio) y Nagasaki (plutonio). Que, por cierto, hicieron menos víctimas, o no más, que los bombardeos nocturnos ingleses, con incendiarias de fósforo blanco, de Hamburgo y Dresde. Una invasión convencional por desembarco y ocupación del territorio hubiera sido, por parte de los americanos, un suicidio.
Y lo importante y primordial es siempre el evitar bajas propias. No lo más importante si no lo único importante (aparte de ganar). Las bajas del enemigo son insustanciales o, incluso, deseables. Al enemigo, ni agua.
Y si eres un santo, no vayas a la guerra. O si vas, no te hagas el santurrón. Y si te parece que ganar es inmoral, ríndete y déjate esclavizar...
Coronel Von Rohaut
(*) Que siguió comandado el SAC (Strategic Air Command) durante gran parte de la Guerra Fría. Con la misma agresividad y determinación sanguinaria, que algún Presidente tuvo que refrenar, para que no nos metiera en un holocausto nuclear. Pues ya los rusos tenían también su arsenal atómico, lo que solo nos hubiera llevado a la destrucción mutua asegurada ...
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