Desinformación y malvada manipulación de la historia que, muchas veces, ha alcanzado a los propios catalanes, que ignoran su pasado glorioso y les provoca un singular "síndrome de Estocolmo". Aquel que hace que, pobres imbéciles, abracen los intereses del enemigo y de su causa en lugar de los propios.
Coronel Von Rohaut
(PS) Nunca está de más el repetir, una y mil veces, las verdades como puños.
Entiendo a los españoles que odian los catalanes
No es un título irónico y no hay ninguna trampa en este texto: entiendo a los españoles que odian a los catalanes. Los entiendo. Lo hago porque leo sus diarios, miro sus noticias, escucho sus radios. Veo en sus medios palabras duras, malintencionadas. Eso que podría llamarse manipulación del lenguaje, quizás hasta demagogia. Escucho hablar mucho de “desafío”, de “burla”, de “montaje”, de “radicales”, y poco de “voluntad”, de “consenso”, de “sentimiento”, de “pueblo”.
Entiendo a los españoles que odian a los catalanes porque también soy oyente de los discursos de sus políticos. Textos en los que las personas que viven en Cataluña parecen egoístas, utópicas, una panda de criminales que no cumplen la ley. A veces hasta terroristas. ¡Discriminadores! Como si no fueran amigos de quien no quiere independizarse, como si no escucharan a quien quiera hablar en castellano. ¡Cómo si ellos mismos no se expresaran en esta lengua! Como si no amaran Ana María Matute o Antonio Machado.
Muchas veces lo pienso: entiendo a los españoles que odian a los catalanes. Lo hago. Por ejemplo, porque escucho tertulias deportivas donde empiezan hablando de Messi y acaban despotricando de todo el sentimiento catalán. Porque entiendo que sea más resolutivo compartir una foto de una persona violenta, que no una de mil personas pacíficas. Los entiendo porque tiene que ser difícil pensar que alguien quiera separarse de su tierra, aquella que aman; no porque les guste la corrupción (¡faltaría más! Tampoco les gusta a los catalanes), ni porque comulguen con unos ideales que parecen surgidos de tiempos ya pasados; sino porque la sienten suya, es su país, su cultura, su forma de ser. Y es normal que no acepten que alguien pretenda desprenderse de lo que ellos son.
A la vez que quiero dejar claro que la prensa catalana tampoco tiene mucho de imparcial, tengo que especificar que no estoy poniendo a todos los españoles dentro de un mismo saco. Sé que hay algunos a quienes los deseos catalanistas les pueden parecen razonables. Sé que hay otros que tienen recuerdos preciosos en tierras catalanas, y eso les ayuda a ser más comprensivos. Sé que hay quienes no quieren que Cataluña se independice, pero que encuentran lógico vivir en un país dónde haya derecho a decidir. Pero también sé que hay quien tiene un odio irracional que nadie ayuda a apaciguar, más bien al contrario. Sobre ellos escribo. Y cabe puntualizar que comprender que piensen así no significa apoyar ningún punto de vista violento, ni mucho menos.
¡Qué fácil es entender a los españoles que odian a los catalanes al pensar en todos los inputs que reciben! Pero la cuestión es que algunos catalanes, muchos: ¡la mayoría!, no se sienten españoles. Y eso no es ni bueno, ni malo. Simplemente es. Y cuesta de entender. Cuesta por uno mismo, pero más cuesta si toda la información que se recibe es contraria a Cataluña. Por eso escribo este texto. Porque entiendo a los españoles que odian a los catalanes. Porque seguramente pensaría igual que ellos si estuviera en su lugar. Porque quiero que también me entiendan ellos a mí, lo que hoy parece imposible.
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