Hoy un periódico cuenta la leyenda, pero quizás cierta ya que la escribió el propio Jaume I el Conqueridor en su "Llibre dels fets", que estando el rey acampado en El Puig y preparándose para la conquista de Borriana (Valencia), observó que una pareja de golondrinas habían anidado en la parte alta del palo de la tienda. Y dió orden que nadie moviera la tienda hasta que las golondrinas y sus polluelos se hubieran ido.
Y recuerdo (creo que ya lo había explicado alguna otra vez) que bajo el techo de la galería de la casa que mi abuela tenía en el pueblo, había un magnífico nido de golondrinas coliblancas, hecho de barro, al que, cada año, regresaban éstas (supongo que descendientes de la primera pareja) y hacían su puesta, que daba nacimiento a una nueva generación. La pareja llegaba con la primavera, como es obvio ya que son su anuncio, y al final del verano la familia entera se reunía con todas las del pueblo, en los tendidos eléctricos que había en las afueras de la población y, juntas, emprendían su anual regreso a tierras africanas.
Yo observaba como asomaban el pico los polluelos y como, al atardecer, los padres hacían unas maravillosas acrobacias aéreas en el estrecho espacio del patio de la casa, cazando insectos para alimentar a sus hijos.
Cuando un invierno, un malvado pintor que vino a pintar la galería se cargó el nido, al verano siguiente lloré desconsoladamente. Las golondrinas jamás regresaron a mi galería.
Comprendo al rey Jaume Ier d'Aragó. Debía ser un buen hombre.
Coronel Von Rohaut
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