De cuando uno se la tuvo que envainar

Cuando uno, con un cierto complejo de superioridad o creyéndose más listo de lo que realmente es, acostumbra a pegarles algún moco a los demás, puede encontrarse con que el tiro le salga por la culata, la cague, y luego se la tenga que envainar.

Esto me ocurrió hace unos años cuando en un artículo del gran periodista de La Vanguardia, Xavier Batalla, redactor o responsable de Internacional, éste hablaba de la Luisiana y daba unos datos de población y/o extensión territorial que a mi se me antojaron equivocados, tremendamente errados, por comparación.

Escribí una carta a La Vanguardia donde, con mi habitual sentido despectivo e incluso un poco insultante, me reía de lo que yo consideraba una gran cagada del señor Batalla. Naturalmente éste me contestó aún más despectivo que yo, ya que tenía razón. La Luisiana a la que él se refería no era, como creía yo ridícula y equivocadamente, el actual estado de Luisiana, capital económica New Orleans (que también), si no a una región mucho más grande, que se extendía a lo largo y a ambos lados del río Mississipi hasta la región de los Grandes Lagos, y que es la que los americanos le compraron a Francia y que lindaba con el Canadá, país que también perteneció, en parte, a Francia y que perdieron frente al Reino Unido. Una Luisiana que englobaba lo que luego fueron distintos estados federales y que solo uno mantuvo el nombre dado por los franceses. Ignorante de su tremendo potencial, Napoléon se la cedió a los americanos (la parte que no se había perdido a manos de los ingleses y que ya se había independizado con los USA) por 15 millones de dólares.

Tardé varios días en rehacerme de la vergüenza pasada, del ridículo sentido en mi fuero interno, por haber sido tan burro y, en mi burricia, bastante pedante...

Pero no he escarmentado ya que cada uno es como es o como uno quiere ser y yo me envanezco de como soy, que quieres que te diga.

Coronel Von Rohaut