Como la peluquera de mi tía que, con la calentorra de su hija, se fué donde decía que el General Trujillo, el dictador dominicano, recibía con abrazos a los españoles que iban a establecerse allí.
O dos familias de mi barrio y no de las más menesterosas si no los dueños de una colchonería de la calle Aragón y los de la mejor pastelería del barrio, en la esquina de Rogent con Avenida Meridiana, que liquidaron sus negocios, se lo vendieron todo y con toda la familia se embarcaron rumbo a Buenos Aires, en busca de mejores perspectivas de futuro y más anchos horizontes.
Argentina se había enriquecido brutalmente durante la Primera Gran Guerra , vendiendo carne y trigo a todos los hambrientos contendientes de Europa. También durante la Segunda Guerra Mundial y en los años 20 ya era uno de los países más ricos del mundo. Se cuenta la anécdota que un rico hacendado, queriendo visitar París (la ciudad icono de los bonaerenses) se embarcó con toda la familia y el servicio doméstico rumbo a Europa y, para que su hijo no extrañase el cambio de la leche en su alimentación, se llevó también en el barco una vaca de su rancho.
Y todavía en los años 50 Buenos Aires era una ciudad rica y próspera, cosmopolita con sus brillantes anuncios luminosos y sus coches americanos, los "haigas", circulando por sus calles, como veíamos en las revistas ilustradas que de allí nos llegaban a la oscura, triste y gris Barcelona de la larga post-guerra española.
Pero luego allí, la caída de los precios agrícolas y el peronismo dejaron al país, ya de por sí corrupto, totalmente arruinado. Los sucesivos gobiernos, ineptos y ladrones, siguieron hundiendo la otrora feliz Argentina, incluídos los "corralitos financieros" y otras desgracias.
No es por nada, pero me gustaría saber qué se ha hecho de mis vecinos de antaño, como les fué primero y como les ha ido después (*).
Coronel Von Rohaut
(*) No me alegraría de su posible desgracia, ni mucho menos. Pero el hijo de los pasteleros no era santo de mi devoción. Tenían ellos su gran terraza enfrente de la galería de mi casa y un día, el "nene" se dedicaba a dispararme con una escopeta de balines, de aire comprimido. Entré en el piso, busqué una vieja carabina de mi padre, tipo "Flobert" de 6 mm., que era de poca potencia al no llevar pólvora los cartuchos, pero de fuego al tener un pistón deflagrador que actúa de propelente o sea, era un arma de fuego y hacía ruido (todavía la conservo, debidamente restaurada). Apunté ostentosamente al "niño", un poco mayor que yo el cual, al escuchar el disparo, todavía debe estar corriendo...
No hay comentarios:
Publicar un comentario