Ellos son y sencillamente se llaman: francés, alemán, americano. Por ello yo soy catalán y no catalanista (*).
Es francófilo el que, como yo, ama e incluso venera la cultura francesa. O puede ser germanófilo el que adora la música romántica y profundamente nacionalista de Richard Wagner. Y es americanista el estudioso de la historia, costumbres y lenguas de los pueblos de América. Un catalanista sería, por ejemplo, un profesor de Madrid que, sin estar loco de atar, respetase la singularidad catalana y explicase a sus alumnos, con respeto y objetividad, nuestra historia, nuestros antecedentes y nuestro devenir.
Pero un habitante de Catalunya, o es catalán o no es nada. Perdón, sí, puede ser y está en todo su derecho y legitimidad, un extranjero residente, comunitario o no. O, apelando ya a la mala baba, un súbdito español, que se siente español y que desea seguir siendo español (a lo que está perfectamente legitimado) y que vive aquí, no como visitante de buena fé (por lo que sería siempre bien acogido), si no como puto componente de las fuerzas castellanas de ocupación por lo que, en el momento de la independencia, sería debida y educadamente expulsado...
Porqué no es catalán todo el que vive y trabaja en Catalunya, sino que es catalán el que habiendo nacido aquí o habiendo solicitado y obtenido la nacionalidad catalana (en un futuro), vive, trabaja, se siente y quiere ser catalán. Por qué si no quiere, que se vaya, coño..., que ancha es Castilla.
Y bienvenido a esta tierra de acogida y de mestizaje...
Pero a tocarnos los huevos, no
¡Ja n'hi ha prou, collons!
Coronel Von Rohaut
(*) Ya no estamos en el Siglo XIX o amanecer del XX, cuando Valentí Almirall lo definió, en su libro "Lo catalanisme", en los orígenes de "la Renaixença", como una forma de ser y de querer ser, que se despertaba de su largo letargo impuesto.
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