Coronel Von Rohaut
¡Es el catalán, estúpidos!
No existe un valenciano, ni un mallorquín, ni un ‘lapao’ distintos de la lengua catalana que se habla en Catalunya
En catalán, para no confundir lo esencial con lo accidental, decimos: que el leer no nos haga perder el escribir. La barbaridad, impropia de parlamentarios, que supone la aprobación, en las Cortes de Aragón, con los votos del PP y del PAR, de la ley de Uso, Protección (?) y Promoción (?) de las Lenguas y Modalidades Lingüísticas Propias es un disparate sin precedentes. Es evidente, para cualquier persona mínimamente informada, y no hace falta que de buena voluntad, que negar la existencia de la lengua catalana en una parte de Aragón, es tan surrealista, delirante y contrario al conocimiento científico como si se hubiera aprobado que la tierra es plana. De hecho, sería patético si no se derivaran consecuencias prácticas, legislación y programas educativos, uso de recursos públicos y políticas comunicacionales. Y eso ya no es patético: es dramático. Que, además, este disparate se justifique con las palabras de la diputada del PP, María José Ferrando, que dijo en las Cortes que “esta ley libera a los aragoneses de hablar lo que no hablan”, lo hace entrar directamente en la categoría borgiana de la historia universal de la infamia.
Y sin embargo, esta ley no es un escándalo por sí sola. Como en toda iniciativa política, lo que importa realmente es el marco en el que se inscribe. Lo que los anglosajones denominan frame y que Enric Juliana tan a menudo utiliza: y con razón, pues lo esencial es el marco en el que cada cosa alcanza su sentido. Y el marco, aquí, más allá de esta broma de mal gusto que es el invento del lapao y el lapapyp, es evidente. Ningún Estado de la Unión Europea ha sido reiteradamente, de forma continuada y, a menudo, además, sistemática, tan hostil en contra de una lengua propia de su territorio como el Estado español en contra del catalán. Y de forma especialmente encarnizada cuando el Partido Popular ha ocupado el gobierno del Estado: o solo o con la complicidad, como ahora, de sus satélites en un gobierno autónomo.
Así, por una parte, el Partido Popular ha promovido y aprobado, desde el Gobierno del Estado, iniciativas, a menudo legislativas, en contra de la normalización de la lengua catalana que el Parlament de Catalunya y el Govern de la Generalitat tienen la obligación de impulsar en Catalunya. Eso, sin tener en cuenta el desprecio, del que ha participado también el PSOE cuando ha ocupado el Gobierno del Estado, con respecto a la protección y difusión de la lengua catalana en el territorio español o en el ámbito internacional: en la educación pública, de la primaria a la universitaria; en los medios de comunicación y en las políticas culturales o internacionales.
Por otra parte, el PP ha impulsado, promovido y ejecutado, en las comunidades autónomas de las Islas Baleares, de la Comunidad Valenciana y de Aragón, políticas explícitamente en contra de la unidad de la lengua catalana. Estableciendo así marcos jurídicos que atentan contra la realidad objetivamente reconocida, no sólo en Catalunya, sino en España e internacionalmente, por la comunidad científica, académica y lingüística. Y así, el PP, con el apoyo de la ultraderecha valenciana y el silencio del PSPV, se inventó, en el Estatuto de Autonomía de la Comunidad Valenciana, una lengua inexistente: “La lengua propia de la Comunidad Valenciana es el valenciano” (artículo 6.1). Fue el primer disparate, la primera victoria de un analfabetismo ignorante que pretendía cambiar realidad de los hechos. Un primer disparate del que se derivaron una cascada de normativas aberrantes e incomprensibles. Y eso que incluso el diccionario de la RAE (22.ª ed.) define al valenciano como “variedad del catalán, que se usa en gran parte del antiguo reino de Valencia y se siente allí comúnmente como lengua propia”.
Es cierto que el Estatut de Autonomía de Baleares reconocía “la lengua catalana” como idioma oficial (art. 4.1). Y aun así el presidente Bauzà, del PP, perpetró el verano pasado una agresión contra el consenso lingüístico y consumó, con la excusa de una reforma de la ley de la función pública, un nuevo estatus para la lengua catalana en las Islas que la minoriza, desprotege y convierte en ornamento folklórico. Y ahora el PP se inventa en las dignísimas Cortes de Aragón una estúpida fórmula burocrática para no reconocer la evidencia del catalán como lengua de su territorio.
El PP podrá decir misa, con todos los parlamentos que quieran avalar su indigna ignorancia: en Catalunya, en Aragón, en las Islas y en la Comunidad Valenciana, lo que se habla es el catalán. No existe un valenciano, ni un mallorquín, ni un lapao diferentes de la lengua catalana que se habla en Catalunya.
Sólo hace falta que consulten el diccionario de la RAE, cuando se define “catalán”, de forma explícita e indiscutible, como “lengua romance vernácula que se habla en Cataluña y en otros dominios de la antigua Corona de Aragón”. No hay más. Es así. Y sobre ello, ningún político puede legislar, ni inventarse una lengua, ni trocear la que existe. ¡Dejen de hacer el ridículo! Se ríen de ustedes en todo el mundo. Y los valencianos, baleares y aragoneses no se merecen este despropósito: no les podrán coger una lengua que ahora ya es suya.
Por cierto: ¿quién, en España, se atreverá a decirle al PP aquello que el gran Miguel de Unamuno, poniendo en peligro su propia vida, les escupió a otros bárbaros que gritaron “¡Abajo la inteligencia!”?: “Venceréis, pero no convenceréis. Venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta, pero no convenceréis porque convencer significa persuadir”
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